niña poniendo una inyección a su osito de peluche

-Cristina, ¿jugamos a los médicos? Es que el osito está malito y tienen que pincharle, a lo mejor tiene que pasar algunos días en el hospital…
Mamá coneja y su peque y mamá osa con su cachorro acompañan al osito y a la médica. El pequeño oso está tendido sobre una cama roja.

Este juego no es casualidad porque Marta ha pasado unos días en el hospital y mediante esta escenografía y esta narrativa me está contando su experiencia.

 

Lo importante para Marta en estos momentos, no es sólo “jugar” su experiencia como paciente, sino meterse en el papel de la médica y pinchar una y otra vez al osito haciéndole llorar. Ella es la médica que pincha y es también el osito que llora.
Lo que está haciendo Marta cuando cambia los roles es tener control sobre una situación que le ha impactado y al mismo tiempo, contar cómo se ha sentido sin ese control. Está dándole significados a su experiencia y curando cualquier posible herida (interna) que haya podido quedar… Y lo está haciendo a su ritmo y desde su propia sabiduría interior.
Porque, ¿quién le ha enseñado a Marta a jugar así? ¿Quién le ha enseñado a jugar los temas que necesita tratar? Nadie. Es la función natural del juego y el juego es inherente a nuestra naturaleza (y no solo a la humana).

Bruno Bettelheim señala que los niños*niñas superan su experiencia de vivir en un mundo que no pueden afrontar creando un mundo más comprensible a través del juego.
Es la manera en la que encuentran significados más asequibles. No tienen por qué tratarse solo de eventos traumáticos, también reconvierten y redimensionan los cotidianos, los desconocidos, los placenteros e incluso los místicos o universales.

Lo mejor que podemos hacer como adultos es dejar que el juego ocurra y que fluya. Proporcionales un lugar seguro donde puedan jugar con libertad. Del resto se encargará el juego.

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