Lo primero que he pensado ha sido: ¡qué bien que ya hemos llegado a la alegría! Cuando siempre ha estado allí: junto a la ira, a la tristeza y al miedo. Estamos tan acostumbrados a anhelarla, a echarla de menos que no nos damos cuenta de que está siempre con nosotros*as. Es nuestra elección sentirla.
La alegría condicional e incondicional
La alegría es una de las primeras emociones que siente el ser humano. ¿Te has preguntado alguna vez de qué se ríen los bebés? ¡Sienten la alegría de vivir! Una alegría que no necesita razones, ni valoraciones, ni explicaciones.
La alegría condicional tiene diversas caras.
Yo la entiendo como una alegría proyectada: „Cuando tenga esto… Cuando pase aquello… Cuando venga aquel… Si haces esto… estaré contenta“. Es la alegría que siento cuando he conseguido algo que creo que necesito. No es ni buena ni mala pero en nuestro camino de hacernos responsables de nuestras emociones -y en el trabajo con los niños- es interesante fijarse cuándo la usamos como moneda de cambio: „Siempre que haces esto me pongo muy contenta*o“, „que no te pelees con tu hermano me pone contenta*o“, „qué contenta*o estoy cuando recoges tu cuarto“ etc…
Este es el mensaje que damos? -> „Hazme feliz“.
¿Te acuerdas del artículo sobre elogiar y premiar? Pues la alegría condicional va un poco por ahí.
La alegría incondicional no tiene facetas.
Es esa que sientes de repente sin que haya pasado nada en especial. La sientes dentro. Es la alegría que celebra la vida y nos hace sentir la plenitud que ya somos. No sobra ni falta nada. „Estoy contenta, recojas o no“, „me llames o no me llames“, „vengas o no vengas“ -> Estoy contenta porque soy.
La alegría sin condiciones. Así llama Vivian Dittman en su libro sobre las emociones al estado de consciencia que desarrollamos cuando reconocemos que, pase lo que pase, es correcto y perfecto tal y como es. Dejando de juzgar podemos desarrollar una manera auténtica y profunda de vivir en la alegría.
«La expresión más elevada de la inteligencia humana es la capacidad de observar sin juzgar»
Jiddu Krishnamurti.
El proceso de ir de la alegría condicional a la alegría incondicional es muy delicado, sutil y precioso.
Las dos alegrías tienen como función satisfacer nuestras necesidades. Pero con la primera hacemos responsable al otro de beneficiarnos. Con la incondicional nos convertimos en nuestra propia fuente de satisfacción.
Un ejemplo -exagerado- del día a día:
Me gusta encontrar el tubo de la pasta de dientes bien cerrado pero mi familia siempre lo deja abierto. Yo no voy a encontrar paz y relajación hasta que lo dejen cerrado. Siempre lo tengo que cerrar yo. Aparentemente mi familia no tiene la misma necesidad que yo. Cuando reconozco que soy yo la que necesita cerrar el tubo… Dejo de imponer a los demás la tarea de hacerme feliz. Y encuentro paz. Dejo de querer tener razón y de imponer mi visión de lo que es „correcto“.
Un trabajo de buda, me dirás. Sí… Creo que tienes razón.
Este proceso (de la alegría condicional a la incondicional) va mucho más allá de mis competencias como educadora y coach. De hecho, soy una principiante… Pero únicamente ser conscientes de este proceso nos lleva a adquirir un poder que nos hace indestructibles: Dejamos de ser víctimas y nos convertimos en adultos responsables y un gran ejemplo para los niños y niñas. Y, por lo pronto, nos ayuda a cambiar nuestros reproches: „porque tú“ por el reconocimiento de nuestras necesidades: „porque necesito que…“