EL REFUERZO POSITIVO.
La intención de este texto es la de reflexionar.
Hacía tiempo que quería escribir sobre este tema porque tenía ganas de profundizar: parar, pensar, preguntar a colegas, padres y madres y buscar ejemplos.
También me gustaría hacerte reflexionar y, si quieres, abrir tu perspectiva sobre este tema: el refuerzo positivo.
El primer punto que quiero revisar es el de qué es bueno y qué es malo. Es decir: juzgar.
Hacer una valoración como „¡Qué bonito! ¡qué bien! ¡cuánto me gusta que hagas esto! ¡qué malo*a eres! ¡qué feo es ese dibujo!“ depende mucho de nuestro prisma, nuestros gustos, el momento y de otros muchos factores que hacen que „lo bueno“ y „lo malo“ pierdan sentido.
Mi pregunta es: ¿por qué premiamos?
Uuuh! Tema escabroso, lo sé. Actualmente, todos*as entendemos que se cuestione el castigo (el refuerzo negativo) y que se deje de hacer. Pero ¿por qué premiamos?
Hoy quiero contarte por qué me cuestiono el elogio y cómo lo he ido cambiando.
1) -¿Te gusta Cristina?
-Sí, ¡qué bonito!
La primera vez que empecé a desconfiar del „muy bien“ fue en el Atelier. Yo acababa de empezar.
Michael se levantó y me enseñó su dibujo, ¿te gusta Cristina? Sí, muy bonito Michael. Cuando acabó el siguiente dibujo me lo volvió a preguntar y así… con todos los dibujos que hizo. Michael necesitaba constante aprobación. ¡Era un adicto al elogio y yo también! Claro que si le decía muy bien, iba a conseguir que yo le gustara… que era justo lo que necesitaba al empezar en el nuevo trabajo.
Gracias a la insistencia de Michael aprendí que no necesitaba dar aprobaciones para gustar.
Él era el ejemplo de la necesidad de elogiar del adulto. Así que mi misión fue ayudarle a él, a convertir en autoestima su dependencia del muy bien.
¿Autoestima o dependencia?
Al día siguiente en el Atelier, Michael volvió a repetir el patrón.
Mira Cristina, ¿te gusta?
(Silencio, me trago el sí muy bien…. ¿qué le digo? no tengo recursos, sudo, silencio incómodo, Michael me vuelve a preguntar) Cojo su dibujo y se lo pongo delante de él, ¿te gusta a ti Michael? Sí, claro. Pero ¿y a ti? (insitente el niño…) ¡Qué colorido! ¿Lo has terminado? Sí este ya está, voy a pintar otro.
La primera vez que contesté así me sentía fría, distante, incómoda, como si no me importara el trabajo de Michael. Por otra parte empezaba mi propio proceso: ¿y si ya no me vuelve a preguntar? ¿y si no le importa mi opinión? ¿y si no le gusto?
Por suerte seguimos practicando los dos y pudimos afianzar nuestra confianza en nosotros mismos.
¿Sabes lo que pasó meses después?
Que yo aprendí a sustituir el elogio por descripciones y preguntas sobre el proceso de su trabajo y Michael dejó de venir al Atelier a diario. Empezó a buscar otras ocupaciones. En el seguimiento que le hice, me di cuenta de que lo que todos*as decían: „A Michael le encanta pintar“ no era del todo cierto… Le encantaba (necesitaba) el elogio y lo recibía pintando.
2) -Mira Cristina, ya he recogido.
-¡Qué bien que lo has hecho!
El tema de recoger es eso: un tema. En mis años de educadora sentía mucha presión por conseguir que los niños*niñas recogieran conmigo. Así yo podía contar con la aprobación de los otros adultos o librarme de su juicio. A la hora de recoger iba repartiendo „muy bienes“ a grito pelao y comparando: „pero mira que bien recoge Lina» – Todo fruto de mi estrés.
Las estrategias que probé fueron varias:
-premios
-elogios
-amenazas…
Hasta que dije basta.
Dejé de recoger por días, luego me pasé meses recogiendo yo sola. Escuchando y soportando el: „pero tienen que recoger los niños“, enfrentándome a los veredictos de otros adultos…
Confiaba en llegar a ser un ejemplo, un modelo. Después de unos meses algún*a niño*niña me dijo: „Te ayudo“. Eso fue todo.
Aún hoy no me llevo bien con el tema de recoger, no he encontrado mi fórmula.
Lo que sí aprendí fue que mis elogios eran puras manipulaciones y tenían el mismo efecto que las amenazas. Y como no me gusta educar con amenazas, dejé de elogiar. Así que cuando algún niño*niña recoge o me ayuda… mi único comentario es: „bueno, lo hemos conseguido, ya está listo para jugar otra vez“.
3) -¿Por qué no le das un trozo de galleta?
-Porque no quiero.
-Venga, que luego te doy otra.
Parque infantil. Lleno de padres y madres con sus hijos*hijas. Cuando no se trata de compartir juguetes, se trata de compartir comida… Y tantos ojos que miran y juzgan y niños*as ajenos*as que lloran cuando tu hijo*hija no quiere compartir.
Si pudieras elegir, ¿qué preferirías? ¿Que tu hijo*hija compartiera porque entiende el significado de compartir o por recibir tu aprobación, tu alivio o el premio?
Hablaré más adelante sobre el tema compartir y qué estrategias sigo.
Hoy me interesa remarcar que si el compartir es premiado, puede que el compartir sea falso y lo hagan por recibir el premio.
A mí me emociona mucho ver a un niño*niña compartir y, pensando que así reforzaba positivamente la acción, decía: „¡ay! ¡qué bien que compartes!“ En realidad, es: el conocido alivio del adulto.
Sentía tanto alivio de no tener que enfrentarme al „conflicto“ de compartir que hubiese hecho cualquier cosa por ese niño*niña.
Que los niños*niñas compartan… Es raro… De verdad. Les cuesta mucho (en general y según mi experiencia).
Pero cuando lo hacen y me puedo tragar el muy bien esto es lo que les digo: „Mira la cara del niño cuando le has dado tu galleta. Ha sonreído, ¿verdad? ¿crees que está contento?“ Así doy importancia a la consecuencia de su acción y no al alivio que yo siento cuando comparte (cuidado con no fomentar el sentimiento de culpa si decide no compartir). Si puedes, es mejor no decir nada ni premiar. Así sabrás si tu hijo*hija comparte porque ha entendido el significado de compartir.
Si esta reflexión te ha convencido, aquí te dejo algunas alternativas al elogio:
Antes de elogiar:
- No digas nada, como si lo que acaba de hacer tu hijo*hija fuera lo más natural del mundo.
- Enuncia, di lo que has visto: „Todos los juguetes están en su sitio. Te has vestido tú solo*sola. Has usado muchos colores en tu dibujo. Has pasado mucho tiempo haciendo esto“.
- Pregunta „¿cómo te sientes?“ Así sabemos si se sienten orgullosos*as de lo que han hecho, o si por el contrario no le dan ninguna importancia. Es una manera de no „robarles“ su propia emoción, de no imponerles nuestra valoración y de saber si lo que están haciendo lo hacen porque quieren y les interesa o por la aprobación (elogio o premio). Como por ejemplo compartir o recoger.
- Conversa con tu hijo*hija sobre cómo afectan sus actos a otras personas o qué es necesario para que una familia funcione. Así se va practicando la EMPATÍA, el respeto y la reflexión. Una solución que funciona a largo plazo. Libre de juicios y de querer agradar al otro.
Cómo notar que tu hijo*hija ya no está hambriento*a de aprobación:
- No te la pide
- Ha cambiado el „¿te gusta?“ por „¡lo conseguí!“
4) Y ya para terminar:
Puede ser que ahora mismo estés lleno*llena de dudas: ¿Debo privar a mi hijo*hija del reconocimiento que todos*as necesitamos?¿Tengo que dejar de apoyar a mi hijo*hija? No, claro que no.
Puedes empezar por hacerte estas preguntas cuando te aparezcan las ganas de elogiar:
-¿Quién necesita en estos momentos el elogio? ¿Mi hijo*hija o yo?
-¿Qué pasa si hoy ni lo elogio ni le doy un premio?
-¿Es mi entusiasmo sincero o es manipulativo?
-¿Estoy apoyando su verdadero potencial o favoreciendo la palmadita en la espalda?
La buena noticia es que como madre y como padre, no necesitas valorar para motivar. Ellos ya te admiran, por eso es tan importante no aprovecharse de su admiración. El apoyo incondicional, el amor sin compromisos es el mejor refuerzo positivo. Porque tu hijo*hija es perfecto tal y como es. Con sus defectos y sus virtudes.
Aceptar es mucho más poderoso que valorar o premiar.